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miércoles, 21 de marzo de 2012


¡Hola chicas! Hoy les traigo la reseña de  una novela de la escritora española Verónica Valenzuela, que me ha sorprendido con una  historia maravillosa.

                                             HERIDO
Autora:   Verónica Valenzuela.
Editora Digital.

Sinopsis.
En la sociedad actual, donde se rinde culto desmedido a la belleza física, Morgan Drake es un monstruo.
Antiguo soldado de las fuerzas especiales SEAL, en verano de 1991 fue apresado en su última invasión a Irak. Sometido a crueles torturas logró sobrevivir con el cuerpo cubierto de cicatrices y dolorosas secuelas de por vida.
Cada noche rememora en sueños el terror de los sótanos de la prisión de Bagdad y los gritos de sus captores.
Marcado por una infancia de maltrato y vejaciones a manos de un padre que le odia, Morgan sobrelleva su sufrimiento aislándose tras un muro de arrogancia y soledad.
Cuando Sara, la hermana de su mejor amigo, vuelve a su vida para derrumbar ese muro y enfrentarle a lo que más teme, desatará una guerra entre ellos de dramáticas consecuencias ¿Cuánto amor hace falta para redimir a un hombre a las puertas del infierno?

Opinión.

Debo decir, que no había leído hasta el momento nada de está escritora y me ha sorprendido gratamente.
Herido es una novela dura, dramática hasta las lágrimas, pero con mucho amor. Es una historia de sentimientos intensos, al vaivén de odios profundos y un amor que puede con todo. Nada de aguas tibias.

Verónica nos muestra una novela con tramos difíciles y circunstancias  aterradoras, donde me preguntó  ¿Hasta donde es capaz de llegar el hombre para infligirle daño a sus semejantes?

 Pero en medio de esa oscuridad, el amor irrumpe como rayo de sol. Sara nuestra protagonista, una mujer segura de si misma y con un corazón de oro, está decidida a recuperar el amor de su juventud. Morgan, un hombre acomplejado, malhumorado que se debate entre sus sentimientos de inseguridad, y el intenso deseo que Sara le provoca, no le pondrá las cosas fáciles. Los fuertes temperamentos de Morgan y Sara crearan situaciones emotivas, sensuales  y a la vez encuentros acalorados que originaran más de un malentendido.

Es una novela que nos habla de superación, de perdón y de aceptación, con un enternecedor final y que no dejará indiferente al que lo lea.

Escrita de forma impecable y con bellas descripciones sobre el trabajo de los protagonistas. Es una historia que he disfrutado mucho. Se las recomiendo.


miércoles, 14 de marzo de 2012


Reseñas
Chicas,  hoy quiero inaugurar una nueva sección que hablará de reseñas de novelas de autoras que se están dando a conocer en el ámbito romántico.  Hoy inauguramos esta sección con la autora española Lola Rey y su novela El final del invierno.

Sinopsis
 Silvia y Jhon sobreviven pidiendo e incluso robando en uno de los barrios más pobres de Londres. Sueñan con salir un día del barrio y vivir juntos su amor, pero el padre de la joven la vende a un noble. Jhon no pierde la esperanza de encontrarla algún día. Convertido en un hombre sin escrúpulos, se enriquece con negocios de juego y prostitución. Cuando se encuentran años más tarde, Silvia deberá decidir si acepta en su vida al hombre que ama pero que representa la sordidez que ha dejado atrás.

Opinión
Es un libro precioso y con un bello título que aborda una temática que pocas autoras se han atrevido a tocar en literatura romántica y pienso que eso lo hace muy especial. Con personajes bien perfilados y una tierna historia secundaria que contrasta muy bien con la intensa y apasionada historia de amor principal.
Es una novela que nos habla de sacrificio, superación y mucho amor. Que suscita emociones agridulces debido a las enormes dificultades que tuvieron que atravesar nuestra pareja de protagonistas, para superar su triste pasado y enternece la pureza de su amor en medio de unas condiciones tan duras.
Escrita en una narrativa ágil y un lenguaje cuidado sin demasiados diálogos, pero con pensamientos que nos permiten profundizar en los sentimientos de los protagonistas.
Me gustó mucho la ambientación de la historia y se nota el cuidado y el conocimiento de la autora sobre esa parte de Londres que casi no se aborda en romántica.


jueves, 1 de marzo de 2012

La segunda novela, es de corte romántico contemporáneo también. En unos días les hablaré de ella.
Hola chicas:
Hoy quiero hablarles sobre dos proyectos que tengo en mis manos ya después de la correcciones pertinentes. Son dos manuscritos de novelas en los que llevo trabajando hace tiempo. Deseo compartir con ustedes pequeños párrafos de cada una y conocer su opinión. Espero algún día que estas novelas sean publicadas y poder compartirlas con ustedes.

La primera novela tiene como título provisional "El Secuestro de un Amor" Es una novela de corte romántico contemporáneo que nos habla del amor, del sufrimiento, del perdón y de las segundas oportunidades dentro del marco de la historia convulsa que ha marcado a nuestro país, durante los últimos años.

CAPITULO 1.

El regreso.

10 de Octubre de 2010.

—Hola, Melisa— le habló su madre con voz afanada—. ¿Tienes internet cerca? Prende la W de Julito. —No mamá, voy por el campus a una clase. ¿Qué pasó? —le contestó mientras miraba ansiosa su reloj. En Nueva York eran las once de la mañana, no estaba para emisoras ni para noticias. Iba con algo de retraso a clases.

—Lo soltaron, hija.

Melisa casi suelta el celular. Trató de hablar pero fue imposible, tragó en vano varias veces pero parecía que un nudo se había instalado en su garganta y no pensaba ir a ningún otro lugar. Un escalofrío le recorrió el cuerpo y el alma. “Dios bendito, Dios bendito” susurró con los ojos cerrados mientras trataba de calmarse.

Estaba en medio del campus. Era el inicio de la estación que muda la vida y renueva los colores, los olores. Así lo atestiguaban los arboles de diferentes matices que iban del amarillo al naranja pasando por todas las tonalidades intermedias, y también el crujido de las hojas en la grama. A pesar del frío, el cielo estaba despejado y algunos rayos de sol se colaban por entre los arboles haciendo brillar aún más el hermoso paisaje.

“Gracias Dios, gracias Dios”, repetía en una letanía sin final. A la alegría por su liberación se sumaba una honda tristeza, que aún hoy, después de más de dos años, le tenía el corazón en un puño y la vida en suspenso.

—Responde, di algo. ¿Estás bien?

Silencio.

— No debí haberte dado la noticia de sopetón. Tú padre me va a matar.

—Estoy bien mamá— abrió los ojos y por un momento todo dio vueltas—. ¿Él está bien?— preguntó con la garganta aún seca de la impresión.

—Sí. Lo entrevistaron y hoy mismo vuelve a su ciudad.

—Me alegro, ahora tengo que colgar— le dijo en un susurro entrecortado—. Te llamaré esta noche.

Sin perder tiempo se dirigió a la cafetería más cercana del campus de la Universidad de Columbia. En el camino tropezó con algunas personas que no alcanzó a ver, sus ojos anegados de lágrimas le nublaban la visión. Entró en la primera cafetería que encontró y con rapidez pasmosa se ubicó en la primera silla con que se tropezó. Pidió un café y con manos temblorosas abrió el ordenador y lo conectó a Internet mientras se quitaba la chaqueta. Balanceaba el pie sin descanso a la espera de la dichosa señal. ¡Por fin! exclamó cuando apareció el buscador y se puso a buscar afanosamente noticias de Colombia.

“Mi amor, qué te hicieron”, susurraba con el estómago encogido y un latido fuerte en su pecho ante la imagen que se desplegaba en la pantalla del portátil. Empezó a sudar frío al ver la expresión de sus ojos, los rasgos de su cara más marcados y el tono translúcido en su piel, mientras contestaba las preguntas de una periodista. Se angustió al verlo más delgado, con el cabello largo y expresión de animal acorralado en sus enigmáticos ojos verdes.

Repitió el video de la noticia una y otra vez, como si pudiera evidenciar algo más de lo que la filmación le mostraba. Perdida ya el alma en la incertidumbre y con el corazón derretido, delineó con el dedo la imagen que le devolvía el computador. Sus propias mejillas estaban bañadas en lágrimas.

Cerró su ordenador sin saber si habían sido minutos u horas los que pasó con la mirada fija en la imagen. Por fin se dirigió a clase, había dejado el café intacto sobre la mesa.

—¿Y ahora qué? —se preguntó, mientras atravesaba la puerta de la facultad. La cátedra de hoy era sobre personajes de la literatura infantil, merecía toda su atención. Pero no pudo concentrarse, la situación la superaba. “Tienes los ojos más asombrosos que he visto en mi vida”. La frase irrumpió en su mente sin pedir permiso, como le sucedía algunas noches, cuando las defensas estaban bajas e irrumpían los recuerdos. No, no se permitiría una emoción así. Estaba segura de que todo estaría bien, de que él volvería a la vida de millonario repleta de modelos y mujeres hermosas, sin tener siquiera un pensamiento de caridad hacia ella.

El problema vendría más adelante. Sabía que el reencuentro era cuestión de días, tal vez meses. Pero que volvería a verlo, lo haría… Así fuera para deshacer aquello que en primer lugar nunca debió haber sido iniciado. Trató de serenarse, pero parecía algo imposible de lograr después de la noticia.

Resignada a tener que pedir apuntes más tarde, salió de clase. Camino a la biblioteca, un hombre de ascendencia latina la llamó:

—Melisa.

—Hola, Raúl.

La verdad era que no quería hablar con nadie. Lo único que deseaba en aquel momento era que la dejaran en paz.

— ¿Puedo acompañarte?— Melisa no dijo nada y él caminó al lado de ella—. ¿Qué te pasa?— le dijo, algo preocupado—. Estás pálida y con una mirada… ¿Recibiste malas noticias de Colombia?

—No, no. Más bien son buenas noticias. No me pasa nada— le dijo mirándolo con cariño. Raúl era un becario, un muchacho atractivo, alto, de cabello negro y largo recogido en una coleta.

— ¿Si son buenas noticias por qué estás como si hubieran apaleado a tu gato?

—No estoy así. Además no tengo gato— le soltó impaciente por librarse de él. Lo único que quería era enterrarse en un hueco y no salir jamás de allí.

—Está bien. Te conozco y sé que deseas estar sola. Te dejo, adiós— se despidió agitando su mano.

—Raúl, espera

El chico frenó en medio del pasillo.

—Discúlpame. No es nada personal, mañana estaré mejor ¿Me perdonas?— lo miró con sus ojos azul aguamarina que aún hoy, años después de lo ocurrido, tenían un deje de melancolía.

—Solo si mañana a la noche vienes conmigo donde Joe`s a comer pizza— le preguntó mirándola ansioso.

—Está bien, acepto —dijo mientras se iba alejando—. Adiós, Raúl.

Barranquilla

—Mamá, de verdad, estoy bien.

Trataba de convencer a su madre que aún lloraba y le daba gracias a Dios por tener a su hijo de vuelta después de dos años de secuestro.

Estaba recluido en una clínica del norte de la ciudad, atendido con todos los lujos a los que estaba acostumbrado.

Se les acercó un hombre de edad.

—Deja en paz al chico, Amalia —dijo.

Era la versión más vieja del apuesto hombre que estaba en la cama con una bolsa de suero y conectado a un aparato que leía las funciones de su organismo. Menos mal que no podía leer la amargura y la rabia que habitaban en su alma, y que solo ahora estaban aflojando.

Gabriel Preciado Lavalle, no acababa de comprender lo que había pasado.

Esa mañana se había levantado en la madrugada después de soñar con María mulatas y alcatraces; él volando al lado de ellas hasta llegar al jardín de la casa de sus padres. Se acercaba su cumpleaños número treinta y cuatro y estaba más nostálgico que de costumbre. Le pasaron un pocillo de café negro con panela.

—Tenga hombre, que se enfría— le recibió el pocillo a su captor, un guerrillero de no más de veinticinco años, era trigueño y bajito con el pelo liso, largo y la barba rala. Se llamaba Carlos y era la mano derecha del comandante guerrillero del séptimo frente de las FARC, uno de los grupos al margen de la ley, más sanguinarios del país.

— Nos pondremos en camino, parece que hay movimiento— no le dijo más, y se alejó pisando el fango con sus botas pantaneras. Era plena selva, con arboles inmensos, lluvias eternas, fango resbaladizo y animales que ni sabía que existían. Había tenido paludismo hacía seis meses y ahora lo aquejaba la leishmaniosis. El día estaba nublado y el índice de humedad saturaba el ambiente, la camiseta que llevaba lo atestiguaba y se percató de que ese día tampoco se secaría la ropa que había lavado en la orilla del rio el día anterior. Compartía sus dos años de cautiverio con un político importante de la región del Huila. Un hombre de cuarenta y cinco años, aficionado al ajedrez

—Buenas, Gabriel. Hoy es la revancha – le soltó el hombre con ánimo festivo.

En ese preciso momento todo se desmadró en el campamento. Había apenas cuarenta guerrilleros cuidándolos cuando entraron los hombres del grupo élite del ejército. Eran como cien, con las caras pintadas de verde y los cascos compuestos de hojas. Inmovilizaron a todos los guerrilleros, se acercó un hombre joven, armado hasta los dientes.

—Tranquilos, somos del Ejército Nacional. Desde este momento están libres.

—Libre, libres, libres— las palabras le retumbaban en el oído—. La pesadilla había terminado, una pesadilla de dos años de duración. Como alelado, se acercó al hombre y lo abrazó. Algo aturdido, observó el sitio en el que había estado confinado durante meses, los diferentes cambuches donde pernoctaban él y el otro secuestrado, las tiendas y ranchos donde dormían sus captores, el fogón de leña con la olla de la sopa que comerían ese día tirado en el piso y un perro lamiendo las sobras, todo destrozado. Percibió el olor a leña y a selva. En ese momento quiso tener una antorcha y prenderle fuego a ese espacio cruel y violento de su vida.

Respiró profundo.

Un soldado con mirada de pesar le quitó el candado con la cadena que tenía anudada al cuello y después, como en un sueño, empezaron un recorrido de cuatro kilómetros de trocha. Habían sido separados de los guerrilleros capturados. A modo de despedida, y sin mirarlos siquiera, Gabriel levantó el dedo medio por encima de su cabeza.

Seguían una cuadrilla de soldados especializados en detectar minas antipersonales. Los guerrilleros tenían la costumbre de sembrar de minas los alrededores de cualquier campamento para evitar fugas, deserciones o incursiones del ejército como la que acababa de tener lugar. Pero Gabriel sabía que no iban a encontrar minas. Este frente era perezoso y descuidado. Los había estudiado, esperando su oportunidad de escapar, pero la operación le evitó el escape.

Caminaron hasta un claro en medio de la selva donde los esperaba un helicóptero para llevarlos hacia la libertad.

Llegaron a Bogotá sobre el medio día. Atendió a los medios de comunicación, durante una media hora. Por la tarde Gabriel voló directo a Barranquilla. Su salud aún lo permitía.

Lo internaron especialmente en una clínica para que lo atendiera su médico de confianza, el Dr. Ricardo Méndez. Si los resultados de los exámenes salían bien, al día siguiente le darían de alta y podría volver a su hogar.

Estaba ansioso por recomenzar su vida en el punto en que la había dejado. El problema era que no estaba seguro de cuál era aquel punto, porque un golpe en la cabeza al momento del secuestro había borrado sus recuerdos y no los ubicaba hasta unos tres meses antes del hecho. En la selva poco pudo hacer, tratando de sobrevivir día a día. Pero ahora el médico podría hacerle un estudio profundo. Sus padres le habían insistido que viajara a Suiza para un mejor diagnostico y tratamiento, pero él creía en los profesionales de su región.

Se había dado una larga ducha, trataba de desprenderse el hedor a selva, a animal cautivo. Después intentó dormir. Le costó trabajo. Dos años sin pegar los ojos en una cama decente pasaban factura a su cuerpo. Observó la habitación, con dos sillones, un sofá, un televisor pantalla plana y un ramo de flores en una mesa esquinera. Lujos que le habían sido vetados durante casi dos años. Sonrió irónico al tomar el control del televisor y hacer un recorrido por los diferentes canales.

Entró una enfermera en la habitación y al ver que no lograba conciliar el sueño, por orden del médico le suministró un sedante suave y pronto volvió el sueño de siempre.

Está en una casa en la playa. En un tronco a la orilla del mar hay una mujer sentada.

Puede observar su espalda blanca como el nácar y su largo cabello negro y liso. Él se acerca poco a poco para acariciarla. Lo que más le impacta del sueño son sus sentimientos hacia ella. Son sentimientos de dicha, de posesión, de ternura. Nunca se ha sentido así en su vida. “Mírame” le dice su mente, “mírame, por favor” y en el momento en que el rostro de la mujer voltea despacio adivinando su presencia, logra captar su boca voluptuosa y se despierta enseguida.

Sudando, Gabriel le preguntó a la noche:

–—¿Quién eres? ¿Quién eres? ¿Por qué te escondes de mí?

En ese momento entró una enfermera y le dijo:

—¿Se siente bien don Gabriel?

La joven se acercó, le tomó el pulso y, antes de ponerle un termómetro en la boca, Gabriel respondió:

—Fue solo un sueño.